La felicidad aumenta logarítmicamente con la distancia a nuestra localización habitual
La felicidad aumenta logarítmicamente con la distancia a nuestra localización habitual
Decía Graham Green que tenía la sensación de haber vivido muchos más años de los que en realidad había vivido. Él lo atribuía a que se había pasado gran parte su vida viajando. Es posible que muchos de los lectores hayan notado que la sensación del paso del tiempo es distinta mientras viajamos que el resto del tiempo. El número de vivencias es superior en nuestros viajes que en nuestra rutinaria vida habitual. Tenemos sensaciones nuevas, vemos paisajes nuevos, conocemos a nueva gente y disfrutamos de nuevas experiencias. En nuestra vida rutinaria habitual, por otro lado, tenemos muchos días sin huella.
La felicidad es ese algo tan intangible y etéreo que no sabemos muy bien cómo definir. Cuando las necesidades básicas están cubiertas buscamos ese algo que parece que no tenemos y nos transformamos en esos seres insatisfechos tan bien retratados en muchas películas alternativas norteamericanas.
Científicos y economistas han tratado de investigar los factores que determinan la felicidad y se ha llegado a algunas conclusiones. Somos más felices cuando tenemos suficiente dinero para vivir «dignamente» y nuestro entorno social no tiene más que nosotros (la desigualdad nos hace menos felices). Una vez superada esa barrera, la felicidad no aumenta con más dinero.
Pero lo que al parecer aumenta mucho nuestra felicidad es tener experiencias. Salir a patear la montaña o a montar en bicicleta con unos amigos nos proporciona mayor felicidad que comprar un nuevo chisme para la cocina.
Eso es lo que parece proporcionar el viaje: nuevas experiencias y, por tanto, felicidad. Pero medir este intangible no es sencillo desde el punto de vista científico.
Ahora Morgan Frank, de University of Vermont, y sus colaboradores han llegado a una regla o ley sobre el asunto: la felicidad aumenta logarítmicamente con la distancia a nuestra localización habitual. Cuando más lejos nos vayamos, más felices somos. Llegan a este resultado a partir del estudio de los tweets.
Los estudios de Antropología, Sociología o Psicología tienen ahora una gran fuente de información a partir de la minería de datos en las redes sociales. Al ser Twitter una red social abierta en la que cualquiera puede «escuchar» al que emite, se pueden obtener muchos datos.
En este caso analizaron 37 millones de tweets de 2011 de 180.000 individuos que proporcionaban su localización geográfica. Con esos datos pudieron medir magnitudes como la distancia a la que viajaban. Descubrieron, en primer lugar, que los individuos que viven en ciudades tienden a viajar mayores distancias que la gente que vive en áreas menos densamente pobladas.
El estado emocional lo midieron a partir del contenido de sus tweets. Usaron para ello una escala de felicidad asociada a palabras comunes (ver artículo original).
Relacionando distancia y felicidad, descubrieron que cuanto mayor era la primera, más fácil era encontrar palabras como «estupendo», «feliz» o «playa». Mientras que las distancias cortas estaban relacionadas en mayor frecuencia con palabras como «no», «peor», «odio» y similares. Aunque cuando estaban cerca de casa se usaban expresiones de risa como «ja, ja, ja».
Según los autores, la ley de felicidad obtenida tiene que ver más con la reducción de palabras negativas con la distancia.
Los autores no dan una interpretación de lo obtenido, pero sí proporcionan una nueva herramienta para obtener información interesante. ¿Qué será lo próximo?
Fuente: laflecha.net